Juntos fuimos los mejores exploradores.
Encontramos la forma de dormir en cualquier asiento, aprovechamos los cafés como vestidor, las estaciones de autobús como salón-comedor, cualquier rincón era bueno para coger fuerzas y seguir destrozándonos los pies.
Con la ilusión de dos niños que aprenden a leer descubrimos nuevas noches estrelladas, horizontes perdidos que cambiaban de color sólo un paso más allá, bebidas con gusanos que nos devoraron por dentro a cada vaso.
Llenamos la mochila de kilómetros, apuramos los días, alargamos las horas, atesoramos historias.
Contigo creí que el mundo no dejaría de girar; pero entonces frenó en seco y me quedé petrificada.
No he vuelto a viajar así, ahora busco otro par de ojos que también quieran asomarse a las ventanas.
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