Adoro lo cotidiano, las cosas que sin pretenderlo se convierten en lo que te llena.
La música acompaña mis pasos hasta el supermercado, pero sólo llevo un casco, siempre, aunque esté escuchando música no me gusta perderme lo que me rodea.
Aquí hay coches por todas partes y hacen mucho ruido, pitos, acelerones, gritos... El jaleo es parte de esta ciudad que cada día se ve viva, no importa qué hora sea ni si es festivo o laborable, la gente inunda las calles. Los puestos de comida, de artesanías o los boleadores (limpiabotas) siempre están ofreciéndote sus servicios, cantando las promociones del día que probablemente sean también las de mañana.
Después de 9 meses me sorprende que se soprendan, por aquí no hay muchos turistas cotidianos, cuando se ve alguno están en los cafés cuquis o en los pocos lugares culturalmente interesantes, más allá de ahí escasean; pero sus caras de asombro me siguen llenando de risas, supongo que pensarán qué hace aquí una güerita (rubia o blanca de piel, lo segundo en mi caso) haciendo la compra o tomando la ruta que más bien parece una atracción de feria por los baches y las cosas que ves mientras vas en ella (desde un señor que sube a echar ambientador hasta hacerte montar por la puerta trasera porque ya no caben más y llevar las puertas abiertas para no asfixiarte de calor).
Me da rabia haberme acostumbrado, tomar algunas cosas por normales, pero después de 9 meses a veces sigue sorpendiéndome la magia de lo cotidiano.
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