martes, 7 de septiembre de 2010

24/08/2010

Hace casi una semana que cambié de país, de continente y parece que hasta de planeta.

México es aún más sorprendente de lo que imaginaba. También da un poco más de miedo. He saltado de una rutina cómoda y segura a una nueva vida que aún asusta, aunque poco a poco mi perímetro de seguridad se amplía casi sin darme cuenta.

Esta ciudad me ha sobresaltado, parezco una niña pequeña otra vez queriendo aprender de todo lo que ve, una niña que mira todo con ojos nuevos y trata de acostumbrarse a la locura en la que ha caido, a esta pequeña selva en la que las casas están de prestado, alzándose apenas unos metros del suelo, lo justo para vivir de un pequeño comercio, cualquiera que sea, desde tornillos a estéticas de mascotas o farmacias donde venden incluso tabaco. Aquí cualquier rincón es un negocio modesto, casero, improvisado, de supervivencia que se cruza con coches de lujo y camisas de marca. Las imprentas aún son manuales, las cámaras de fotos de carrete, la ropa a veces se lava a mano. Las calles están vivas, pero mientras camino siento que no dan todo lo que tienen dentro. Miran con sopresa, quizás es mi piel, mi ropa, mi forma de hablar lo que les lleva a volver la cabeza y preguntarse qué hago aquí.

Los grandes árboles pueblan este lugar que con un poco de paciencia podría ser un paraíso. La vegetación se cuela por cada rincón dándole un aspecto salvaje, descuidado a la vez que encantador.

Es temporada de lluvias, lo que se traduce en esta ciudad en días cálidos y noches de lluvias torrenciales que dan ganas de quedarse bajo la manta viendo una peli hasta caer rendida. En dos meses mas o menos pasaremos al invierno, un poco de frío pero sin lluvia. Suena más amable.

De momento seguiré investigando y sorprendiéndome.

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